Juventud Robada (versión original de Jess)
Aurora había llegado al hotel Bahía Cristal con la intención de disfrutar de unas vacaciones tranquilas.
Como Vaporeon, destacaba por su elegancia y una personalidad reservada, siempre ajena a los excesos y superficialidades de los lugares lujosos. Esa tarde, mientras paseaba por el mercado local, su atención fue capturada por un pequeño puesto lleno de baratijas exóticas y místicos amuletos.
El puesto pertenecía a una anciana llamada July, cuya mirada astuta parecía calcular cada movimiento de los curiosos turistas. Entre las baratijas, un amuleto dorado brillaba con intensidad, atrayendo a Aurora como un faro.
—Este amuleto tiene propiedades únicas —dijo July, con una sonrisa enigmática—. Dicen que puede ayudar a cumplir deseos… o a descubrir lo que realmente deseas.
Aurora, escéptica pero intrigada, tomó el amuleto entre sus manos.
—No creo en esas cosas —murmuró, girando el objeto entre sus dedos.
July soltó una risita. —Eso dicen todos al principio. Pero dime, querida, si tuvieras una oportunidad, ¿qué desearías?
Aurora no respondió de inmediato, incómoda por la intensidad en la mirada de la anciana.
July suspiró, acariciando con nostalgia las arrugas de sus propias manos. —Si yo tuviera tu juventud, tu belleza... —dijo con un deje de amargura, observándola de arriba abajo—. Hay tantas cosas que podría lograr. Pero supongo que no valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos.
Aurora la miró con cierta compasión. —La juventud no lo es todo.
July sonrió, aunque sus ojos reflejaron algo más oscuro. —Tal vez, pero es un lujo que no volveré a tener.
Aurora intentó devolver el amuleto al puesto, pero su curiosidad pudo más. Antes de que pudiera procesar su elección, un destello la envolvió, y todo quedó en blanco.
La Vaporeon despertó con un peso extraño en sus articulaciones y un dolor punzante en la espalda. Al mirarse las manos, notó con horror que ya no eran suyas: arrugas cubrían su piel, y sus movimientos eran torpes. Corrió hacia un espejo en una habitación desconocida, y la imagen reflejada la dejó sin aliento. Estaba en el cuerpo de una anciana, y no cualquier anciana: era July.
Trató de entender lo ocurrido, pero su atención fue desviada por las risas y música provenientes del bar del hotel. La curiosidad la empujó a salir, aun en su nuevo y extraño cuerpo. Al llegar al bar, lo que vio la dejó sin palabras.
Ahí estaba su cuerpo, pero no como lo conocía. Ahora lucía un diminuto bikini dorado acompañado de accesorios brillantes. July, en el cuerpo de Aurora, se movía con confianza, coqueteando descaradamente con los hombres en la barra. Pero algo más llamó la atención de Aurora: en la parte inferior del bikini, atados con nudos, colgaban globos de látex usados, claros vestigios de actividades que Aurora jamás habría permitido.
Con el corazón latiendo a toda velocidad, Aurora cruzó el bar, decidida a detener a July.
—¡Esto se acaba aquí, July! —dijo con firmeza mientras la agarraba del brazo con fuerza.
July soltó un pequeño grito teatral, pero sus ojos brillaron con astucia.
—¿Qué haces? ¡Suéltame! —exclamó con una voz que, aunque era la de Aurora, estaba cargada de malicia.
—¡Devuélveme mi cuerpo! ¡Ahora! —exigió Aurora, sacudiéndola ligeramente.
Antes de que pudiera hacer algo más, un hombre musculoso que estaba en la barra se levantó y se acercó rápidamente.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó con una voz grave y autoritaria.
July, fingiendo vulnerabilidad, se escondió detrás del hombre, aferrándose a su brazo.
—¡Papito, sácala de aquí! —dijo con una voz temblorosa, aunque su mirada burlona estaba dirigida hacia Aurora. —¡Está loca! Me está lastimando, dice cosas raras... ¡por favor, haz algo!
Aurora intentó explicarse. —¡Eso no es cierto! ¡Ella no es quien dice ser! Ese es mi cuerpo, no el suyo.
El hombre frunció el ceño, claramente confundido, pero no dispuesto a escuchar.
—Señora, será mejor que se calme y se marche antes de que esto pase a mayores.
Aurora forcejeó. —¡Tienes que escucharme! ¡Esto es un malentendido!
Sin más paciencia, el hombre la tomó del brazo y la arrastró hacia la salida del hotel.
—¡Déjame! ¡Estoy diciendo la verdad! —gritaba Aurora, mientras trataba inútilmente de zafarse.
Sin mirarla, el hombre abrió la puerta principal y, con un gesto brusco, la empujó fuera. Aurora tropezó y cayó al suelo, golpeándose las rodillas y las palmas de las manos contra el pavimento frío.
—Y no vuelva a causar problemas, señora —dijo antes de regresar al bar y cerrar las puertas con fuerza.
Aurora permaneció en el suelo, sintiendo el frío calar en sus huesos y la humillación arder en su pecho. Levantó la vista hacia las ventanas del bar, donde pudo distinguir a July, en su cuerpo, riendo y levantando un cóctel como si brindara por su victoria.
Se puso de pie lentamente, con las lágrimas llenándole los ojos. Había perdido todo.


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